¿Te ha sucedido alguna vez que piensas en alguien que hace tiempo que no ves y, al momento, aparece?
A Carlos Romero también. Carlos pasea con su novia Edurne, que parlotea sobre los preparativos de la boda y, de pronto, se acuerda de ella.
De Julieta. La enchufada incompetente a la que despidió hace un año de la aseguradora en la que es consejero delegado por talento, mérito y tesón, y de la que no ha vuelto a tener noticias, hasta que dobla la esquina y se tropieza con la silla de hierro forjado de la cafetería de Julieta.
Julieta siempre soñó con ser repostera y por eso siempre recordará como uno de los días más felices de su vida cuando la echaron de aquel trabajo.
La pena fue perder a Romero, por un rato, porque ya está de vuelta.
Para él el reencuentro es una casualidad producto del azar, pero para Julieta obedece a una ley misteriosa que los vuelve a reunir para poner orden y sentido a sus vidas.
A Carlos le parece una estupidez, pues por experiencia sabe que lo único que puede aportar a su vida Julieta es locura, caos y besos. Bueno, realmente fue solo un beso que le trastornó demasiado, así que decide que lo mejor es que salga de su vida de nuevo.
Si bien, entre que le duele la rodilla y que su novia se empeña en probar la tarta de naranja amarga de Julieta, ya está perdido.
Porque Edurne decide en ese justo instante que esa tarta va a ser la que se sirva el día de su boda y le encarga a Carlos que convenza a Julieta para que elabore una tarta para los mil quinientos invitados de su boda.
Sin embargo, Julieta no solo tiene otros planes para Carlos (y más besos), sino que cuenta con unos cuantos cómplices para que se cumplan...
¿Se atreverá Carlos a dejarlo todo atrás y a vivir su amor con Julieta?