Yago tenía planeado recorrer Indonesia, pero tras perder una apuesta con su sobrino de once años se encuentra veraneando en el mismísimo infierno.
Un hotel en mitad de la nada, junto a laderas desérticas y cultivos hidropónicos de tomates, donde a lo lejos se vislumbra el mar Mediterráneo. Un lugar con jardines artificiales, piscinas enormes, animación desquiciante y actividades absurdas a todas horas.
Claro que su sobrino Diego está encantado, pues en el hotel se encuentra Yasmina Trujillo, su compañera de clase, su amor platónico y la culpable de que estén en medio de ese secarral.
Un horror del que Yago solo salva a Kira.
Kira es una animadora a la que le encanta su trabajo. Es inteligente, es divertida, es talentosa y tan especial que Yago no entiende qué hace en ese lugar y lo que es peor, o mejor, según se mire: empieza a sentir algo por esa chica que huye de los tipos como él.
Yago es un empresario que no se implica demasiado en sus relaciones y Kira es de las que se entrega tanto que todo acaba saliéndole mal.
Ella sabe que no le conviene para nada, sin embargo, Yago está demasiado bueno y, aunque sea un sieso, no puede evitar que le haga mucha gracia.
Y ya. Puesto que los dos en el fondo saben que la cosa no va a pasar de ahí.
Como tampoco Tania, que es la mejor amiga de Kira y camarera en el bar del hotel, va a tener nada con el misterioso ruso con pintas de empotrador, que solo levanta la vista del ordenador portátil para echarle miraditas.
Ella está allí para trabajar y, además, hace poco que ha encontrado a Jacobo, el hombre perfecto.
O eso cree.
Porque en ese hotel peculiar y mágico puede pasar cualquier cosa…